La magia del grupo
"Era una llama de la carne
que palpitaba débilmente a merced de la brisa helada: una llama, casi podríamos
decir de nobleza. La sensación de entregar el cuerpo a una causa daba nueva
vida a mis músculos. Estábamos unidos en busca de la muerte y de la gloria; no
se trataba sólo de mi búsqueda personal.
Los latidos del corazón se
comunicaban al grupo; compartíamos el mismo pulso agitado. A estas alturas, la
conciencia de sí mismo era algo tan remoto como el rumor de la ciudad en la
distancia. Yo les pertenecía, ellos me pertenecían a mí; los dos formábamos un
inequívoco 'nosotros'. Pertenecer a: ¿podía haber una forma más intensa de
existencia? Nuestro pequeño círculo de unicidad era un medio que nos permitía
la visión de ese vasto, titilante círculo de unicidad".
[Yukio Mishima, El sol y el
acero, Alianza Editorial, Madrid, 2010, p. 96].
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